martes, 25 de noviembre de 2008

Réquiem por un virus




Han pasado nueve años desde que falleciste, madre. Alguien me dijo que después de cierto tiempo tu muerte debería estar superada o si no mi cuerpo iba a empezar a deteriorarse. Supongo que el daño ya comenzó, porque desde hace algunos meses me quedé sordo del oído izquierdo, la dermatitis se extiende de mis párpados hasta mi frente, y últimamente tengo la irracional idea de amputarme el brazo izquierdo, que no para de dolerme sin ninguna explicación médica.
Hoy en la mañana salí de casa -nuestra antigua casa- con la excusa de buscar a mi padre, tal vez movido por la culpa de dejarlo solo este día, o tal vez porque  quería pasarlo con alguien. Como sea, no llegué con él. En el metro vi a un chico que traía una camisa sin mangas, delgado, moreno, de rasgos finos, él me vio de reojo y yo le sonreí. Al darse cuenta de que lo miraba volteó a otro lado, como si le incomodara lo que hacía. Insistí en tratar de hacer algún contacto silencioso, pero él siguió ignorándome, así que lo saludé y respondió algo en voz baja que no alcancé a escuchar. Quería decirle algo más, cualquier cosa, algo que llamara su atención, pero no se me ocurrió nada. Por segunda vez en el día, me sentí culpable al darme cuenta de que esa era la misma estación en la que conocí a Búho… Madre, si hubieras conocido a Búho estoy seguro de que te hubiera agradado. Es una persona tan inteligente y madura y no tiene todo eso que a ti te molestaba tanto de las otras personas.
El chico de la camisa sin mangas se mantuvo distante. Bajó algunas estaciones después y yo lo seguí. En el andén le pregunté si quería ir por un café. Estuvo a punto de rehusarse pero no lo dejé. Le hablé con familiaridad y le dije que sería algo sencillo, para conversar y conocernos y nada más para pasar el rato. Al fin sonrió un poco.
Alex, el nombre del adolescente con camisa sin mangas era Alex. No hay manera de compararlo con Búho, en ningún sentido, pero Búho no estaba en ese momento que tanto lo necesitaba. Y es que en estos nueve años, madre, no me había afectado tanto tu partida. Bien sabes que el estado de ánimo no se puede predecir y uno no puede estar preparado para las emociones y los recuerdos que en cualquier momento se presentan sin que uno pueda evitarlos. Desde temprano decidí detener la rabia que sentía y no podía expresar. Estuve a punto de aventar contra la ventana el trozo de madera que tallaba. Posiblemente hubiera sido lo mejor, tal vez hubiera confrontado todo esto que niego, pero como siempre no lo hice. En lugar de eso dejé con cuidado el pedazo de madera sobre el librero y guardé la gubia en mi pantalón… Con Alex no platiqué nada fuera de lo común. Fue lo que esperaba. El monólogo que dicen los más adolescentes, mentiras, un mayor apego de su parte hacía mí, entre más me tomaba confianza y más cómodo se sentía, y una extraña compasión de mí parte hacia él al escuchar lo que sin querer contaba o dejaba ver, cosas como la manera en que su familia lo despreciaba, el odio que algunos vecinos proyectaban en él y lo ingenuos que eran sus proyectos y sueños. Por alguna razón, siempre me relaciono con los que mal les va. Sé detectarlos, y cuando estoy cerca de alguno especial, algo sucede en mí que de inmediato me involucro. Como con Jorge. Desde la primera vez que lo vi sonriente en medio de la calle, con su semblante casi cadavérico, pero con un rostro tan dulce, supe que estaríamos juntos hasta el final. A mí me era indiferente darme cuenta que el dinero que él gastaba lo ganaba al irse con los hombres de las oficinas de los alrededores. Jugábamos fútbol en el parque, recorríamos la ciudad, nos metíamos a edificios abandonados a romper lo poco que todavía funcionara, y de vez en cuando algún hombre mayor le pedía que subiera a su auto. Nunca me entrometí en sus asuntos, sin embargo cuando me dejaba solo para irse a trabajar, sentía un vacío que hormigueaba en mi estómago. Desde entonces nunca me gustó regresar temprano a casa.
A Jorge lo dejé de ver por unos seis meses. No recuerdo qué problema hubo entre nosotros, pero cuando de nuevo lo busqué en casa de su hermana, ella, sin pensarlo demasiado, me dijo que había muerto un par de semanas antes… De algún modo Jorge se las arregló para que nadie, ni siquiera ella, se enterara de lo que tenía. Al final una enfermedad lo atacó y se expandió rápidamente. Todo fue cuestión de días, dijo ella. El médico le dejó saber que aunque la agonía fue dolorosa, a Jorge le preocupaba mucho que nadie lo viera en esas condiciones… Al chico de la camisa sin mangas le conté sobre Jorge. Imagino que lo hice tratando de alguna manera de prevenirle o tratando de que aprendiera algo. No me escuchó, cambió el tema a algo más simple y agradable y supuse que yo no tenía ninguna obligación de insistir. Tomamos demasiado café, comimos un par de pastelillos, que yo pagué, y hablamos hasta hartarnos. Cuando salimos de la cafetería me dijo que en su casa no había nadie.
Para ir a casa de Alex, había que salir de la ciudad. Su casa era una construcción sin acabados, de un solo piso, las calles no tenían pavimento y tardamos más de cuarenta minutos en llegar. Cuando entramos, él me miró el rostro con cuidado, analizándolo, como si buscara algo, como si quisiera predecir mi reacción. Sonreí y él demostró emoción. Su indiferencia de horas atrás había cambiado por una expresión similar a la de un niño, y sus ojos tristes me miraban con brillo. Tocó la punta de mis dedos con sus dedos y yo lo besé. Casi de inmediato me llevó a su habitación.
Mientras me vestía, Alex me apuntó su número telefónico en un papel. Yo anoté el mío, fingiendo una falsa caballerosidad, se había apagado el encanto y entre más lo escuchara hablar más me costaba disimular el fastidio. Necesitaba marcharme, no oír más sobre él, no volver a saber sobre él, pero entre más me alejaba más se obstinaba en acercarse. Me pidió que lo abrazara y respondí que no lo haría. Volvió a insistir y perdí el control. Salí de mis cabales y lo empujé con brusquedad. Creí que al estar a su lado iba a dejar de sentir esta tristeza, olvidar tantos recuerdos que vienen a mi mente, una y otra vez, tantas horas que compartí contigo, madre, envolviéndome en ese universo tuyo de historias del que era cómplice, cada noche rescatándote de tu inconsciencia y de día desconcertado por esos impredecibles arranques de ira que sufrías y llevabas días tratando de dejar de beber. Quería alejarme del dolor, de la pérdida, de la tristeza a la que me sumí por cuidarte desde que era un niño, sin embargo todo eso es imposible de borrar.
Salí deprisa de aquel lugar. El problema de agotar recursos es que uno cada vez inventa maneras menos razonables o lógicas para sobrellevar cada segundo… Salí de casa de Alex y fui hacia Zona Rosa para buscar a Saúl. Él no es mi amigo y nunca lo conocí bien. Yo era amigo de su hermano Ernesto. Ahora que me viene a la cabeza el rostro pálido y el cuerpo débil y tembloroso de Ernesto, recuerdo la razón por la que dejé de hablar con Jorge. Yo estaba cansado de esa rutina, donde cada tarde y noche ya casi nunca eran para divertirnos sino de caos, vergüenza, cansancio, incomodidad, cuando la conciencia apenas pone atención a lo que sucede. Me alejé de él y conocí a Ernesto. Esa nueva amistad me sirvió para compensar el lugar vacío que dejaba Jorge, apagar el hormigueo en el estómago. Sentí que con Ernesto no todo era ir hacia abajo y que yo ejercía en él alguna influencia positiva. Y aunque él también se vendía y la coca y las pastillas era su modo de subsistir, aun siendo mucho menor que Jorge se controlaba mucho más. 
Ernesto se inventaba historias, y en ese sentido me recordaba tanto a ti, madre, a los tiempos en casa, cuando éramos una familia y tú y yo pasábamos horas en el jardín, imaginando personajes y anécdotas que parecían verdaderas... Ernesto en sus mejores días me platicaba de viajes a Australia, a Europa, amigos que le hacían grandes favores y fiestas con gente importante; continuamente confundía los datos y no notaba que yo con facilidad me percataba de sus mentiras. En sus días malos, que no fueron tantos, lloraba y decía que sentía asco por lo que había hecho de su vida. Yo le decía que esa sensación pronto pasaría, que siempre pasa, pero de nada servía y él seguía pidiéndome algún consejo, quería que le dijera algún modo para no sentirse tan mal... Ahora prefiero recordar lo mejor de él, como nos piensa la gente que no nos conoce a profundidad. La verdad, madre, es que la mayoría nos deja de querer igual justo cuando se enteran de que no somos lo que esperaban, al ver que estamos hechos para le miseria y no quieren saber más de nosotros. Me alegro que tú jamás supieras de mí. No soportaría que me amaras menos...
Pero hablaba de Ernesto, no de eso.
Ernesto empezó a comprar más coca y a necesitar más dinero. Lo consiguió robando y vistiéndose de mujer para cobrar más. A veces lo detenían y me hablaba pidiéndome ayuda y no sé cómo yo conseguía su fianza. Cuando salíamos de la delegación, comíamos algo en la calle y hablábamos como si nada hubiese sucedido. La última vez me confesó que su madre lo había internado en un psiquiátrico porque había intentado suicidarse, pero todo había sido porque se inyectó y eso le provocó un bajón que no se repetiría, o eso me dijo; días después me llamó para contarme que se había unido a un grupo de apoyo y que estaba viviendo en casa de sus tíos los ricos, me dijo que había conocido a alguien que no era de la calle y que estaba más feliz que nunca. Ese fin de semana lo encontraron ahorcado en un baño de hotel. No se encontró ninguna nota ni supe nada más... Eso tampoco importa ya. Esa idea de buscar a su hermano para obtener respuestas y saber dónde quedaron los restos, era nada más para distraerme. Hay veces que lo único que se necesita es tiempo, alejarse de lo mismo de siempre y dejarse llevar. Sin Jorge ni Ernesto regresé a la desconcierto de siempre y que ahora me hace sentirme más solo que nunca. De no haber conocido a Búho estoy seguro de que habría muerto…
Recorrí las calles de Zona Rosa, repletas de puestos de comida chatarra, de travestidos, vagabundos, prostitutas, gente saliendo exhausta de su trabajo. Conozco bien el lugar. Demasiadas figuras de personas que pasaron por mi vida, de recuerdos que se mueven con lentitud en mi mente, tardes grises de suelo húmedo y brilloso, de autos pasando sobre los charcos sin detenerse, manejados por hombres que no ven a los que estamos en la lluvia. Fui a los callejones de la glorieta donde están los que inhalan pegamento. Saúl convive con ellos, sin embargo no estaba ahí. Sin dejar que el olor a excremento y coladera me hiciera mostrar asco, le a los niños que si lo habían visto, pero ninguno respondió, ni siquiera me escucharon. Tenían la mirada perdida y la mente en otro lado. Puse unas cuantas monedas en el suelo y me marché... Sé que no debería seguir vivo, madre, después de todo lo que me he equivocado, después de los excesos y de lo que he perdido. Sabías que no era tonto, que tenía potencial, pero que me abrumaba un dolor muy grande que se alimentaba por la historia que tú arrastrabas. Tal vez desde hace años enloquecí, como algunos que ahora podría mencionar, pero no quiero seguir divagando ni describir esos momentos que me hundieron todavía más.
Dejo de recordar y la realidad se presenta ante mí. Por tercera vez en el día me siento culpable. Fui a casa de Alex sabiendo que no me detendría. Al estar conmigo, él no pensó en cuidarse y yo no le dije nada. Las posibilidades de no contagiarse siempre existen. Todo podría haber sido un hecho aislado, podría pensar que alguien más lo había contagiado, como le pasa a tantos, pero cuando insistió en que lo abrazara, lo empujé y cayó. Me senté sobre él y me apuré a sujetarle las manos contra el suelo. No se veía molesto e incluso sonrió, como si todo se tratara de un juego. Lo solté y rió. Yo también. Entonces saqué la gubia que guardaba en el pantalón y la clave en su cuello. Él trató de moverse, pateó en el aire y dio un par de manotazos. Yo presioné para enterrar más profundo. Sus ojos me miraron sin entender, pero yo lo estaba salvando. No más intentos ni decepciones. No más sueños o encontrarse con las personas equivocadas en las largas horas que no terminan. No más noticias o sorpresas que enfrían las venas como un balde de hielos, escritas en un papel o dichas por alguien a quien no le importas. No más sombras aterradoras en las noches solitarias. Alex dejó de respirar y yo lo dejé ahí tumbado en medio de la sala para que lo encontrara alguno de sus familiares. Después de dejarle las monedas a los que inhalan cemento, vine a casa y me senté en las sillas de metal que están en el jardín seco y sin plantas, ahí donde te escuché por horas o te encontré alucinando de tanto tomar o me golpeaste hasta que ya no te lo permití. Al final el cáncer te consumió y entonces comenzó lo peor.
Saco el viejo revólver que te dejó tu padre y lo pongo sobre mi sien. Me pregunto si sería mejor que muriera o si permaneciera con vida. No habrá diferencia entre hoy y el día en que el virus ejecute su magistral sinfonía, como lo hizo con Jorge, sin embargo me detengo. Quiero pensar que debe haber algo en mí que valga la pena, algo que hayas dejado en mí para seguir y no dejar solo a Búho.
Siento que no hay nada dentro de mi cuerpo, el dolor del brazo aumenta y no reconozco mi propio cuerpo. Necesito ese estado de no-necesidad, ese instante en que tu mundo y el mío eran uno, donde la realidad no importaba... Madre, no debiste haber muerto, no antes de decirme por qué. Quiero estar contigo, regresar a tu lado y dejarlo todo, sin embargo no me queda más que sentir la culpa y mirar con alegría lo que algún día fue nuestro jardín.

jueves, 6 de noviembre de 2008

“Cómo escribir un cuento o una novela” o: “De ficción y juegos con la realidad”

                                                                                               
Hace un par de meses un amigo me pidió un consejo para escribir, construir o contar una historia, sin que sus ideas murieran a mitad del camino o para no quedarse paralizado ante la hoja en blanco. Recordé varios libros que ofrecen sugerencias, tips y alguna que otra fórmula, pero ninguno me convenció por completo para sugerírselo. Mejor le prometí que escribiría este documento y finalmente lo terminé.
Tal vez una de las conferencias que más me ha sacado de dudas sobre este tema, fue la que recibí durante cuatro horas por parte del escritor peruano Iván Thays, que expondré y modificaré de tal manera que sea más fácil de comprender. Contaré de la mejor manera lo que él explicó, no sin antes advertir que toco varios puntos que ya se han dicho o que de alguna manera cualquier persona que haya gastado varias horas escribiendo ya sabe.
Iván Thays es una persona pública, así que no hace falta describirlo o pueden buscarlo en youtube, para darse una idea de su apariencia joven, su buen humor y su fluidez.
Thays llegó a la sala de conferencias y, sin decir ni una palabra, apuntó en la pizarra blanca el título de la conferencia: “Ficción y juegos con la realidad”. Se sentó en una silla, cerca de nosotros, los estudiantes de la EDDE, y comenzó contando que ahora tardaba de seis a ocho años en armar sus novelas, y no meses, como al principio de su carrera de escritor. Esto se debía a que algo había cambiado en su perspectiva sobre lo que debería de ser un libro, y eso era lo que quería explicarnos, según nos advirtió. Luego continuó escribiendo en la misma pizarra algunas preguntas, mientras las pronunciaba en voz alta:
‘¿Cuál es la diferencia entre mentira y ficción?’ ‘¿Cuál es la diferencia entre historia y argumento?’ Y la más importante de las tres: ‘¿Sobre qué escribe un escritor?’ De inmediato se dejaron escuchar algunas respuestas de los presentes.
Iván Thays pareció no escucharlas y expuso el caso de Manuel Puig, un escritor argentino al que le tocó  iniciar su carrera en medio del Boom Latinoamericano y que por lo mismo todo indicaba -en esos tiempos- que la temática de su obra no encajaría en el mundo editorial. A Puig le interesaba escribir sobre las divas de Hollywood, mientras que los escritores de su época hacían o trataban de hacer “Las grandes novelas” en las que ofrecían “las respuestas más importantes”. Thays nos planteó una nueva interrogativa que sería fundamental para lo que más adelante iba a exponer: ¿Entonces por qué la obra de Puig funcionó? Esperó unos segundos, pero luego de las primeras respuestas, y su respectivo rechazo, nadie se animó a continuar contestando. Lo que Thays aseguró, fue: “Cada historia le dice algo diferente a cada persona”. Según el peruano, es muy probable que para alguien –no sabemos para quién o exactamente para cuántos- la frase superficial que se menciona en la trama de una película frívola de los años treinta, puede ser de gran importancia para la persona correcta y esa persona no necesariamente es estúpida o de criterio pobre. Esa frase, escena, gesto, momento, puede estarle comunicando justo lo que esa persona necesitaba oír en ese instante. Thays retomó la pregunta del inicio: ‘¿Sobre qué escribe un escritor?’ La respuesta más conocida, o la que más hemos oído hasta el cansancio, es: “Un escritor escribe sobre lo que conoce”. Sin embargo –según Thays-, el mismo Manuel Puig dijo que esto no era cierto. Él aseguró que un escritor escribe sobre aquello de lo que es un testigo privilegiado. Parece lo mismo, pero no lo son. Esto lo expondré más adelante… “¿Cuál es la diferencia entre mentira y ficción?” Insistió, antes de seguir.
Para Thays, la mentira no es otra cosa más que aquello que se usa para engañar y la ficción tiene el propósito de convertir y construir una realidad apta para la historia que va a ser narrada. El escritor acomoda piezas verídicas o falsas, para construir un ambiente en el que su relato pueda desarrollarse sin que el lector se sienta defraudado. Por ejemplo, nosotros vamos al cine y esperamos que la película que vemos tenga una secuencia lógica. Si un hombre dispara, ese hombre debe haber sacado la pistola de alguna parte, el arma no puede aparecer de la nada, debió haber un antecedente que instaló aquel elemento en ese lugar. O, si en la trama, un ladrón entra a una casa, primero fuerza la chapa, entra con las precauciones debidas y roba las cosas; la puerta no estaba abierta, sin explicación alguna, a menos de que haya un antecedente previo o posterior, o que el narrador haya cambiado ciertos elementos de la realidad habitual para construir un escenario preciso que justifique esa discrepancia, todo en función de la historia, su credibilidad, el interés que deberá despertar en el espectador o lector, etc. Si aquel ladrón sólo roba lugares donde la puerta está abierta, las ficciones que deberá ofrecer el narrador serán -por poner algún ejemplo- algo así: El ladrón de alguna manera sabía que esa casa tenía la puerta abierta. ¿Cómo sabía esto? Digamos..., tal vez porque tiene una capacidad de ver cosas que otros no, o porque tiene cierta información exclusiva. ¿Y por qué tiene esa capacidad de ver algunas cosas que otros no o tiene esa información exclusiva? Porque un brujo le hizo algún hechizo o porque trabaja en una empresa de seguridad. ¿Y por qué el brujo podía hacer y le hizo ese hechizo o por qué la empresa de seguridad no cuidaba mejor a sus empleados? Porque el brujo aprendió magia de sus ancestros y era una venganza, o porque la empresa de seguridad es manejada por un viejo alcohólico. Y así, todo tiene una lógica que tendría que quedar clara hasta para un infante que cuestione todo o se le puedan dar respuestas acordes al universo creado. Y de este modo, en esta historia del ladrón que roba casas con la puerta abierta, ya se creó, a base de ficciones, una realidad que tiene el fin de contar algo verosímil y mostrar –ahora sí- aquello, en lo que el escritor o creador, es un testigo privilegiado.
Si ponemos de ejemplo al “Don Quijote de la Mancha”, en esta obra se pueden encontrar docenas de modificaciones del medio ambiente y las circunstancias sociales y culturales de la realidad de esos tiempos, sólo con el fin de transmitir el mensaje principal del autor, aquello que él puede ver mejor que nadie, y que siempre es mejor transmitirlo por medio de extractos abreviados en imágenes, que por una explicación anexa o introducida a la fuerza en el texto. Podríamos ser más actuales y mencionar la primera escena de “Star Wars, una nueva esperanza” (la primer película filmada de esta serie). Ahí, desde un inicio, con sólo mostrar unos cuantos elementos importantes de la realidad construida, se crea y se justifica la ambientación fantástica de toda la película y sus secuelas. En “Un mundo feliz”, de Aldous Huxley, con el aleccionamiento que da el científico a los maestros, ya uno se ha situado en una realidad futurista. En “La metamorfosis” de Kafka, con la contraposición entre la mutación a la necesidad de Gregorio Samsa, de querer continuar con la rutina diaria, se vuelve verosímil la transformación de un empleado a cucaracha, así como todas las reacciones que el protagonista tendrá durante toda la historia y que expuestas de un modo inapropiado podrían parecer excéntricas o simplemente muy difíciles de creer y por lo tanto de aliarse con el autor y la historia. En todos los ejemplos anteriores, gran parte de la importancia de la obra, radica en no explicar absolutamente todo lo que sucede ni por qué sucede. Por eso, las tres últimas películas de la saga de Georges Lucas son un fiasco. Fue cómo si Kafka se hubiera detenido a explicar la razón por la que Gregorio se transformó en cucaracha o dedicar otro libro completo para exponer qué llevó a la civilización de “Un mundo feliz” a ser tan frívolos. Estos huecos que se dejan permiten contar la historia de lo que no está escrito y que es de suma importancia (o que a veces tiene una importancia mayor que lo narrado).
Thays se detuvo un poco –muy poco- y pensó lo que diría a continuación.
En la literatura se utilizan las metáforas, el ritmo, el correcto uso y juego de palabras, para transmitir las sensaciones justas. ¿Por qué? Por que en la palabra escrita no hay tonos de voz ni expresiones faciales. Un simple ‘te quiero’, puede interpretarse de manera diferente: festivo, melancólico, de voz muy baja, impulsivo, o cualquier otra manera que no permitiría interpretar adecuadamente lo que se quiere emitir. Para esto, el escritor se vale de aquellas descripciones que trazan el momento o predisponen la imaginación -en confabulación de los sentidos- para hacer sentir al lector un trazo vivencial. Por lo mismo los personajes deberán tener ciertas contradicciones que los hagan parecer reales, tridimensionales, con diversos matices, y no una simple caricatura del cliché de lo que se contempla como el molde de un personaje idóneo. Cuando un personaje es completamente valiente o malvado o bueno o cobarde, nos parece falso, un muñeco sin fondo.
Hasta este punto, se ha señalado que lo anterior será un cúmulo de herramientas de la ficción y de la construcción para jugar con la realidad que exista en nuestra creación, sin embargo todavía no queda muy claro para qué sirve. Eso lo explicaría Thays más adelante.
“¿Cómo se hace para escribir algo que interese?” Dijo con cierta pasión, que dejaba ver que no nada más le interesaba hacérnoslo saber, sino que aquello es algo que él mismo constantemente se pregunta. “¿Qué hace que alguien pierda su tiempo en levantarse de su sala, vaya a la librería, pague de veinte a trescientos pesos e invierta su tiempo en leer un libro de un número importante de páginas?” “Para saber esto, primero es necesario conocer bien la diferencia entre un argumento y una historia. ¿Alguien la conoce?” Ante la emoción que nos transmitía, varios nos animamos a tratar de resolver el enigma, pero parecía que ninguno podía ofrecer lo que él quería oír.
“Escuchen esto –dijo seriamente- y si pueden escríbanlo en un lugar donde puedan verlo todos los días: ‘No hay nada más aburrido que una historia’. La gente que cuenta historias es lo más tedioso que puede existir. Siempre que alguien les cuenta lo que le sucedió durante el día, lo que hizo su fin de semana, que tiene que llevar a sus hijos a la escuela, o como esa típica expresión, cuando alguien dice: ‘Te tengo que contar mi vida, porque es digna de una novela’, todas estas historias nos provocan una gran pesadez, un terrible aburrimiento”.
Después de afirmar lo anterior y dejarnos sorprendidos, Thays narró sobre un alumno suyo que meses atrás llegó emocionado a contarle lo que le había pasado en el microbús. El alumno había visto a una chica de su edad que le gustó, no supo qué decirle, así que se quedó parado cerca de ella; minutos después, notó que otra chica se sentó en el asiento aledaño de la chica inicial. El alumno de Iván Thays se quedó observándolas durante el trayecto. Después de un rato notó que ambas chicas ya estaban rozándose ligeramente con las manos. El alumno –según contó Thays– se sintió tan inspirado por aquella historia, que le dijo a su maestro que iba a escribir un cuento al respecto. La reacción de Thays fue contundente:
“Tú nunca vas a escribir ese cuento, le dije” dijo en voz alta, como alguien que se emociona y se complace en lo que afirma.
“¿Por qué digo esto?” Nos preguntó.
Según explicó, aquel alumno no había entendido nada de lo sucedido entre esas dos chicas.
“¿Cuál es la diferencia entre un argumento y una historia?” Preguntó de nuevo. La diferencia consiste en que, ese engranaje de ficciones y/o hechos, tengan como fin ofrecerle una verdad al lector. Esto es lo que el lector necesita: verdades.
Por ejemplo, ¿qué verdad nos podría decir ‘A sangre fría’, de Truman Capote? Este libro de Capote está construido por un argumento de notas verídicas y ficciones acomodadas de tal suerte que intrigan al lector sin permitirle abandonar la lectura, porque éste intuye que lo narrado va a decirle algo y eso que le diga posiblemente lo hará cambiar y le permita contemplar el mundo desde una perspectiva más certera, aunque esto no lo tenga tan consciente y no sepa qué vaya a ser lo que le dicen. La historia de ‘A sangre fría’, todos la sabemos, habla sobre un par de asesinos que matan a una familia en un pequeño pueblo de EU. Dicho de esa manera, contado como una historia resumida y no como un argumento, no produce mayor interés. ¿Qué hizo Capote? Recolectó y acomodó datos que nos hacen familiarizarnos, no sólo con las victimas, sino incluso con los victimarios, de tal suerte que al final del libro sintamos un escalofrío terrible ante la verdad de la vida de estos hombres y su mundo que nos toca compartir, una verdad que algunos captaran como una gran injusticia en la que no hay culpables absolutos, en la que existe una injusticia hacia los homicidas y que no bastará sentir repugnancia por lo que son, porque puede que –después de leer este libro- comprendamos que ellos podrían ser nosotros... ¿Qué verdades nos podría decir la Iliada? Que los dioses son caprichosos, porque el ser humano lo es, que ellos son la representación voluble del azar que nos lleva a perseguir causas que no seleccionamos, pero por las que morimos y nos desatan de ira –de Aquiles- que nos provoca y nos lleva a retar al destino, aún con las pocas posibilidades de triunfar. ¿Qué nos dice Madam Bovary? Que la desesperación lleva a actos terribles, pero a la hora de ser contados correctamente nos permiten comprender, que, a fin de cuentas, somos víctimas de lo que nos sucede en nuestra torpe búsqueda por la felicidad. Pero eso son sólo mis interpretaciones. A otras personas la obra de Capote les dirá que es razonable la pena de muerte, o la Iliada será un ejemplo de hermandad y la carencia humana, o en Madam Bovary hallarán una explicación de lo que a ellos les parece la mentalidad femenina... Entra el campo de la subjetividad, pero estos grandes autores ofrecen algo que rebasa los límites regionales, de época, de la vasta diversidad de lectores. Entre mayor sea la posibilidad de que los lectores capten la o las verdades, más posibilidades tendrá la obra de llegar a un mayor público, sin embargo esto no necesariamente lo hace más valiosa. Por lo pronto, debe enfatizarse que, aunque no nos demos cuenta, esperamos eso al leer un libro con un anhelo de que nos sorprenda, de sentir que ese tiempo invertido nos cambió por lo menos un poco. Cuando uno se expone a una historia que no dice una verdad, que no nos cambia después de estar pendientes durante largo rato, sometido por los trucos del suspenso, uno irremediablemente termina diciendo: ¿Y ahora qué?
Si Capote se hubiera apegado completamente a la realidad, sin acomodar la situación por medio de la ficción, entonces tal vez la verdad que él veía, la verdad en la que él era testigo privilegiado, no hubiera sido comprendida.
Respondiendo a la petición que me hizo mi amigo, por la que escribí este documento, afirmo: Uno puede tener diferentes métodos o técnicas para escribir o contar una historia, pero si no se enfoca en un argumento o engranaje para decir algo, entonces uno como creador se detendrá a la mitad o ni siquiera pasará de la hoja en blanco, sentirá que no se tiene nada que decir. Tal vez en un principio la idea, como la historia de las chicas del microbús sonaba bien, pero después no hay una propuesta de fondo.
Muchos escritores piensan escrupulosamente su idea desde antes de comenzar, ya después van acomodando y cambiando el argumento; otros –los menos- escriben sin pensar ni siquiera en el estilo o la estructura del texto, porque saben que la misma historia formará un argumento, que a su vez exigirá la presencia de una verdad o verdades, que regularmente van ligadas a los finales excitantes o satisfactorios. No obstante, la vanguardia permite exponer verdades de otras maneras, no necesariamente al final o en el clímax. Por ejemplo, la verdad más valiosa de la película de Batman, el caballero de la noche, es el arquetipo novedoso del Joker, un villano diferente a todos los que conocemos en el cine; el resto de la película sale sobrando y no es tan llamativa, interesante e importante. Por eso la película se siente tan larga y nos parece tedioso cuando no sale este antagonista a escena y aparecen los demás personajes. Lo mismo sucede con el libro “Diablo Guardián”, a la mayoría de la gente sólo le interesa Violeta y no la historia de Pig. Por eso la mayoría de sus lectores sienten que a ese libro le sobro la mitad: la mitad que habla sobre Pig, aunque esta perspectiva no es enteramente cierta. Es muy importante recalcar, como se decía al inicio, que la verdad, de la misma manera que la ambientación, casi siempre será mucho mejor mostrada y no explicada; eso es trabajo más del ensayo o la filosofía, que de la literatura. Si lo pensamos así, entonces toman forma la erradicación de adjetivos que nada más nos explican un objeto o un instante y no nos lo muestra, por decir una de las tantas reglas que luego no hacen sentido en los que comienzan a escribir.
Por supuesto, el manejo de la técnica, la experiencia o las herramientas necesarias e indispensablemente el talento, será necesario o muy útil para que todo lo anterior pueda realizarse.
Respecto a los libros que tienen un gran éxito, los bestsellers, esos por supuesto no ofrecen una verdad develada tal cual, sino un engaño o algo que todos queremos creer o todos sabíamos, sin embargo funcionan de cierta manera. Son libros que dicen lo que la gente quiere oír, mentiras para engañarse y vivir en una fantasía pueril, y digo pueril para señalar que no todas las fantasías lo son. Para ejemplificar, se me ocurren dos libros: “El Péndulo de Foucault” y su copia engañosa “El código da Vinci”.
Una de las verdades que muestra “El péndulo de Foucault”, es sobre ese deseo de las masas por creer en algo escondido, un gran secreto que se tiene protegido, cuando en realidad es muy difícil que exista algo de esto o que sea útil como lo quiere percibir el individuo común. La copia: “El código da Vinci”, alimenta esta creencia de la existencia de un gran secreto y lo exagera brindando una respuesta al final que el lector olvidará en poco tiempo o que alimentará un rasgo falso en la identidad del sujeto. Por eso, cuando los lectores leen uno de estos libros o ven estas películas, después afirman que la vieron sólo por entretenimiento, porque la verdad falsa que ofreció la obra se difumina. A su vez, “El código da Vinci” tuvo una copia, la película “El secreto del tesoro escondido”, que tuvo menos éxito debido a que ni siquiera promovía un buen engaño al espectador, pero que entretuvo usando algunos trucos ya conocidos que ofrece la creación de guiones. Otro caso serían los libros de Coelho que reafirman mitos que sirven de muletillas o hablan cosas que ya todos sabemos, pero que por su poca sustentabilidad no nos gusta asumir. Este tipo de lecturas son las que más se venden, porque este tipo de lectores son los que más hay.
Entonces ¿por qué el tema frívolo de las divas de Hollywood que utiliza Manuel Puig trascendió y no se quedó en algo superficial? Como se dijo, porque mencionaba verdades necesarias para un público preciso, respetando la honestidad de un autor preocupado por mostrar esas cosas que a él le consternaban, y fue así que llegó y llega a sus lectores, porque no importa lo que se cuente, cuando el autor con talento escribe sobre lo que necesita decir, exponiendo con maestría a los otros lo que sólo él puede ver, entonces se abre camino y permite que otros, cercanos o ajenos al argumento, se interesen, lo comprendan y acojan lo que se les está dando.
Se pueden aprender muchos tips en los libros, como la construcción de los personajes, dominar diferentes tipos de narración, fáciles o complejas, construir correctamente la ambientación, cuidar la gramática y la redacción... Indudablemente la práctica y la conciencia de lo que se hace o se quiere como resultado de la pieza, es mucho más efectiva que la memorización de reglas, o estarse sometiendo a críticas de personas que desean preservar una manera única de narrar o que desean que los temas sean los que ellos consideran acertados.
No todo está dicho en la literatura y siempre se puede construir donde otras personas lo consideraron imposible y narrar con métodos que ahora nos son inconcebibles. Hubo quienes se propusieron mostrar algo sin decir nada, ninguna verdad, o no cambiar en absoluto la vida del espectador, manteniéndose en la completa abstracción, y sus obras funcionaron. Sin embargo, en contra de su voluntad como creadores –o a veces con mucha conciencia-, sus obras trascendieron porque en algo cambian o algo dicen.
Cuando uno llega al punto de no saber cómo continuar en ese cuento o novela a medias, puede detenerse a pensar qué verdad va a contar o cómo quiere cambiar al espectador, o seguir escribiendo sin pensar en nada, luego dejar reposar el texto y permitir que las ideas se aclaren solas con el tiempo, para reconstruir o modificar lo necesario después.
Ahora termino con docenas o cientos de puntos pendientes, pero espero que al lector le haya servido de algo esta realidad que se construyó sobre una conferencia con Thays que nunca sucedió y le haya permitido ver la verdad que le deseaba compartir.
La clase se levanta y se retira con ideas para escribir.

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Para Alejandra Troncoso, Mario Pelicó, Daniel Cardona, Carlos Wilfredo Trejo, Tonatiuh Meaney, Fernando Paredes, Víctor Hugo Gómez, David Avelar, por supuesto a Raúl Tamez y con respeto a Iván Thays, que espero no se moleste.


lunes, 3 de noviembre de 2008

Lo vas a leer


Me encuentro sumamente consternado por algunos asuntos de primordial interés, tales como el frío que sufren los perros del mundo, el agotamiento de las hormigas y el pixeleo de las fotografías. Mis preocupaciones no se limitan a temas generales sino incluso individuales como la irritación al depilarse con cera, el sabor del agua purificada en las grandes ciudades y el alma de los lápices cuando el sacapuntas los ha terminado de cercenar. Siendo importante lo banal para mí, también tomo consideración al dolor que sufren mis uñas cuando se separan de los dedos de mis pies, al sentimiento de culpa que padecen los conejos al aparearse y los milisegundos que pasan antes de que los mosquitos caigan muertos en la lámpara de muerte que irremediablemente los atrae. Las sensaciones inusuales como pasar tiempo sentado en una silla reclinable, el entumecimiento de mi dedo en el mouse, o tallar la palma de mis manos con el dedo pulgar para quitar un poco la tierra, llaman precariamente mi atención. No me abstengo de respirar -cuantas veces pueda- el olor del vidrio o la piel de las iguanas y he experimentado sustancias tales como el yodo en la piel sana, la estática de la pantalla en mis yemas y mis zapatos nuevos sobre el suelo arenoso. Sin embargo, la experiencia más coloquial y revisada que he conocido, fue darme cuenta de que, una o varias personas, descifraron ideas de lo que he escrito. Eso, indudablemente, me ha llevado a caminos férreos y crisálidos que ningún otro inconcluso podría explicar. Deleito de jabonez y polvos solventes marinos de olores invernales, creo que es hora de concluir y aclarar que, sin duda alguna, me encuentro satisfecho por todo aquello que en este texto fue truncado y se omitió escribir.

Gracias por su tiempo.

lunes, 20 de octubre de 2008

Un alegato a favor del internet



Uno llega a casa, un lugar frío y silencioso, impregnado de recuerdos, muebles que deberían estar ocupados por aquellos que ya no están. Sabes que el sueño tardará en llegar, que la televisión ofrecerá poco y no tienes ganas de evadir tu vida leyendo esos libros cuyas historias innegablemente no tienen nada que ver con tu realidad. Tu soledad es el resultado de una relación distante con familiares y amigos, de una economía desgastada y tu cada vez menor capacidad de tratar con el exterior. Entonces, prendes el monitor y sabes que ahí habrá un lugar que te abrigue, un lugar que conoces y que, sin duda, habrá gente que sabe de ti. Esos sitios se han convertido en un nicho de familiaridad, donde lo sucedido y lo dicho te incumbe. Eres parte de esa sinfonía que te exige un compromiso diario, tu sola presencia aunque por días sea la pura contemplación de un testigo mudo. En unos cuantos minutos, todo aquello que te rodea, la existencia misma, se desvanece y la realidad en la que subsistes no es otra más que la de la pantalla. No hay abandono ni fracaso. Vences el recuerdo que nunca debió ser y se niega a desaparecer. Luego de leer durante horas, párrafos y párrafos que te hacen reír, reflexionar, enfurecer, los ojos no rinden más y el sueño termina derrotándote. Es hora de acostarse en la vieja cama con esos temores e ideas obsesivas que rondan en tu mente. Tardarás en dormir y en la mañana te costará trabajo levantarte. No importa, por hoy duerme, resiste las dificultades diarias e ignora la pesadumbre. Mañana tu computadora estará ahí, esperando a que regreses y para ser parte de nuevo de un todo en el que te sientas útil.
   

domingo, 12 de octubre de 2008

La fórmula para un buen cuento.



No importa cuáles sean los parámetros a los que uno se exponga, siempre hay una manera infalible para escribir un buen cuento. El escritor francés, Georges Perec, cansado de la novela tradicional –como la mayoría de sus contemporáneos–, ideó nuevas técnicas y estructuras creativas. Perec postuló que, entre mayor sea el número de limites impuestos al escribir, más se obliga a florecer lo que pervive en el inconsciente. Llamó “El secuestro” a uno de sus libros. La obra de inmediato fue un éxito, no obstante nadie entendió la razón del título. Aparentemente, no existía ningún secuestro en toda la obra. Perec, por un mes no dijo nada al respecto. Se mantuvo aislado. Luego escribió una carta, muy simpática, en la que hacia notar que en su libro no había ni una sola palabra con la letra “e”. De inmediato se comprobó que aquello era verdad. Hace pocos años, la editorial Anagrama logró la traducción al español de aquel libro, eliminando el uso de palabras que tuvieran la letra “a”.
Es tan fácil quitarse de encima los requisitos que debe cumplir un cuento por encargo, tan fácil como caer en el cliché o la pereza. Pero eso no rompe con la literatura tradicional ni hace florecer al inconsciente, aunque nada de eso sea la fórmula para escribir un buen cuento.
Nadie sabe bien cómo fue que Jean Genet consiguió su bagaje cultural. El hombre era un ladrón, un criminal que siempre necesitó de la cárcel para escribir sus novelas, y cada vez que era encarcelado, los intelectuales de su época intervenían para liberarlo. Llegó el momento en que Genet no volvió a la cárcel y jamás volvió a escribir otra novela. Entonces conoció al que sería su amante y, junto a él, decidió escribir teatro, su aportación más importante a la literatura.
Recuerdo la historia que me contó mi gato (¿o fue acaso que lo soñé?). Trataba de una bruja que buscaba un libro de poderosos conjuros. Ella era una bruja menor que, desobedeciendo los designios de su clan, se dispuso a encontrar aquella herramienta de poder. Ella estaba acompañada de dos aprendices: un troll y un estúpido (todos necesitamos cómplices, o por lo menos acólitos, para que nos digan que estamos haciendo las cosas bien). De alguna manera, hallar el libro de conjuros no fue tan difícil. Resultó que nadie lo había encontrado, porque creían que aquello era una misión imposible y peligrosa.
“Si no fuera así”, pensaban, “por qué nadie más lo había buscado”.
Cuando la bruja tuvo en su poder el libro, el aprendiz estúpido se asustó y fue a contarles lo sucedido a los grandes magos. La bruja, en un principio, segura de sus nuevos poderes, no se preocupó. Siguió una receta para preparar en una olla una pócima que mostraba el futuro. Una vez lista la pócima, la bruja preguntó a la olla qué sucedería si le daba el libro de conjuros a los magos y se rendía. La olla le mostró que los magos la torturarían, violarían y finalmente la aplastarían con los pies; entonces la bruja preguntó qué sucedería si utilizaba el libro de conjuros para defenderse. La olla respondió que los magos la torturarían, la violarían y finalmente la aplastarían con los pies, de maneras mucho más atroces que si no hacía nada. Recargada en la pared, con su único ojo miró alrededor y vio que su otro aprendiz huía despavorido. A lo lejos escuchó los gritos suplicantes del troll, ante la furia de los magos que, luego de martirizarlo, irían por ella.
Uno puede proponerse escribir un cuento de diferentes maneras. Puede hacerlo de manera tradicional o utilizar alguna nueva técnica, tal vez eliminando al narrador, tal vez rompiendo con el orden o la importancia del principio, el clímax y el final, tal vez engañando al lector para que aquello que escriba no parezca un cuento y predecir que no faltará el chico listo que afirme, orgulloso y seguro de su conocimiento: “Eso no es cuento”. Uno puede eliminar cualquier parámetro impuesto que exista por costumbre o tradición, o imponerse los limites que le dé la gana: que el cuento no tenga final, que se escriba sobre todos los sucesos que le pasan a uno mientras escribe, que el cuento sea aversible, pero que el lector no pueda dejar de leerlo; que sea un medio de protesta, que esté repleto de inconsistencias e incongruencias, que la historia no tenga ningún propósito... En fin, las posibilidades son infinitas. La fórmula para un buen cuento no depende de nada de eso.
El nunca reconocido en vida, Georges Bataille, tenía una teoría sobre el arte. Sabía que todo organismo nacía, crecía y se moría. Eso no fue un gran descubrimiento. Bataille dijo que, para que ese organismo creciera, necesitaba de cierta energía, y si esa cantidad de energía no era suficiente, el organismo podía, no sólo no-crecer, sino incluso morir; sin embargo, si esa cantidad de energía era demasiada, el organismo crecería en exceso hasta calcinarse.
Bataille escribía novela erótica. ¿Por qué? Porque para él, la sexualidad de los humanos era en su mayoría una actividad sin ningún otro fin más que quemar energía. Lo mismo pensó de las guerras, necesarias para que el organismo social sobreviva; de igual manera clasificó a las actividades artísticas y deportivas. Actividades casi ociosas, desde su perspectiva -podríamos pensar- pero con el fin de darle un vehículo a los humanos para gastar la energía excesiva de maneras diversas.
En el sueño del gato, vi un hombre sin pies que tenía como mascota un ave gigante. Aquel animal me recordó a una agradable mujer que conocí años atrás y que había sacrificado gran parte de su carisma por ejercer como figura de autoridad, sustituyendo al dueño ausente de alguna institución de la cual no recuerdo ningún detalle en este momento. Esta agradable mujer, con frecuencia contaba la historia de un ave de la misma especie que la mascota del hombre sin pies. Atacarla (me refiero a la mujer que ejercía como autoridad no al ave, claro está) era una manera fácil de hacerse de adeptos y ganar popularidad entre los miembros de la institución de la cual no recuerdo detalles. Una tentación a la que alguna vez sucumbí. La mascota del hombre sin pies me provocaba una gran ternura. Redonda, repleta de feas plumas, con su cuello largo, cargando a todas partes con lisiado y sirviendo a otros para sembrar y cosechar. La sacrificaron un día que hubo problemas con la ley. El dueño -débil y de poco carácter- de la institución de la cual no recuerdo más detalles, no dejaba de ser el dueño y ella le pertenecía (me refiero al ave, claro está, no a la mujer).
Para la narrativa existen docenas, sino es que cientos de tips que uno debe siempre de considerar. El ritmo, el manejo de la prosa adecuada, evitar cacofonías, buscar un final contundente atado a un clímax excitante, que haya una secuencia lógica de los hechos, tener claro lo que se va a decir, el uso de metáforas, construir el perfil de los personajes, la verosimilitud de lo que uno cuenta, la creación precisa del universo donde se desarrolla la historia, el uso correcto de los tiempos, las técnicas de Chejov, el manejo del hilo o hilos conductores, los huecos necesarios entre las descripciones para que el lector imagine, ser claros a la hora de hablar de los personajes, para que no el lector no los confunda entre sí, etcéteras y etcéteras. Según esto, un buen escritor va a ser capaz de romper con estas reglas para lograr un fin. Nada de esto es imprescindible para la fórmula de un buen cuento.
Existe una incontable cantidad de escritores que quisieran ser Maran. Tener sus aventuras, pasar por todo lo que él pasó, contando grandes historias, pero no tan grandes como la propia. Tal vez él fue el antecedente para que Michel Leiris (amigo cercano de Bataille), construyera lo que serían los primeros indicios de lo que ahora es la vanguardia en Europa: historias honestas, sin falsedades, en las que se confunde la realidad del personaje con la del escritor, biográficas pero dentro de la ficción, donde la realidad es insuperable. Tendencias novedosas contrapuestas a lo que un latinoamericano dijo hace un par de años: “Yo cuento verdades para que no me crean”... El secreto de un buen cuento no sé encuentra dentro de toda esta información.
Si el gato en realidad existiera, si en realidad hubiera tenido aquel sueño y todo lo anterior fuera absolutamente cierto y comprobable bajo el método científico, no serviría de nada para diferenciar este texto entre un ensayo ficticio y un cuento. Dentro del sueño del gato soñé a una mujer que estaba casada con un reconocido escritor. El escritor pasó toda su existencia adulta revisando su obra, corrigiéndola, enfureciéndose ante la burla de un par de cretinos. La mujer vivía en una región nevada y, en el tiempo que su esposo no estaba con ella, construyó un instrumento musical. Al gato le conté el sueño y le hice saber que aquella obra tan revisada y corregida nunca trascendió. El par de cretinos tuvo un propósito útil, lejos de cualquier relación con el escritor. El instrumento que la mujer construyó fue una gran pieza fundamental, hasta que las cuerdas reventaron y el mito del instrumento musical que nunca nadie conoció ni escuchó fue más importante que el instrumento en sí.
“Cualquier parámetro impuesto sirve para que aquello que pervive en el inconsciente aflore y el texto tenga una interpretación que vaya más allá de lo escrito y de lo que la mayoría de los lectores jamás podrá ver”, aseguró Perec. Eso tampoco importa en lo absoluto. El secreto de un buen cuento es simplemente lo que ya mencioné.

viernes, 26 de septiembre de 2008

Que te cuento mi gran desgracia o Sobre qué criticar y cómo


Hasta donde yo sé, la mayoría de los hombres detestamos (no sé qué tanto las mujeres) hacer caras de congoja y emitir respuestas caritativas cuando alguien nos cuenta sobre alguna desgracia que le ocurrió. Es por esto que el psicoanálisis llevado a la vida cotidiana me parece de lo más práctico. Para empezar, en terapia uno no debe reflejar ninguna emoción en el rostro, sin importar lo grave que sea lo que le estén contando; segundo, uno se limita a realizarle preguntas al individuo que lo llevarán a sacar conclusiones mucho más útiles que un simple apapacho o una muestra de empatía. Puede parecer despiadado, pero así uno no refuerza conductas en la otra persona, como: la manipulación por medio del papel de víctima (si la persona aprende que cuando le va mal en la vida consigue amor, buscará –consciente o inconscientemente- que le vaya mal), no alimentará el rol masoquista (que el individuo goce de su dolor) y no paternalizará al sujeto (aprenderá a ser independiente y no recurrir a otros cada vez que algo esté mal, tan siquiera no buscando lástima sino ayuda verdadera).
    También rechazo estancarme en la crítica voraz y sarcástica, donde yo tendría que perder objetividad sólo para buscar errores y fallas en las acciones y conductas de otros que alimenten mis neurosis. Por esto he concluido que aquellos críticos que se creen muy vanguardistas, haciendo burlas todo el tiempo, han perdido certeza y se han convertido en un cliché tan deplorable como aquellos clichés que critican. Les pregunto: ¿sirve más buscar faltas de ortografía, una falta de continuidad, verificar las reglas que conocen y ellos creen que son las que se deben seguir, que mostrarse susceptibles a la pieza? Yo prefiero señalar lo que me transmite una obra y -cuando creo que puedo aportar algo- preguntar si otra opción no podría ser mejor elección, y no convertirme en uno más de esos seres rancios que se refugian en su supuesto saber y constriñe la creatividad, propia y ajena.
    Caray, perdón por portarme tan frío ante sus desgracias y no corregirlos como maestra del siglo pasado, a reglazos, pero así, cuando les dé un gesto de solidaridad o les diga que me conmovieron o no lo lograron, sabrán que será por algo que valga mucho la pena y no nada más para desahogar mis resentimientos.

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La ciencia moderna aun no ha producido un medicamento tranquilizador tan eficaz como lo son unas pocas palabras bondadosas. Sigmund Freud.

domingo, 21 de septiembre de 2008

Pastelazo (algo que inevitablemente llama la atención)


Caramba, el otro día me encontraba en la clase de selectos alumnos a la que asisto y a mi buen amigo, el último vaquero de la colonia Roma, se le ocurrió poner de ejemplo mi articulo de la pederastia. Él decía que en esta sociedad estamos acostumbrados a estímulos tan sobresalientes, que sólo algo que llame tanto la atención funciona para atraer público. En realidad, yo sé que él sabe que yo no escribo con ese fin, sino que este constante llamar la atención es algo natural en mí.
                                                                                                
En esa misma clase, un compañero mencionó la posibilidad de atraer lectores por medio de la provocación; por ejemplo, algo con un título: “Queremos más muertas en Juárez” o “Merecemos más secuestros, por favor”, ya para después aclarar que, sólo así, al fin la gente despertaría y se quejaría de la ineficacia de las autoridades. El último vaquero me sugirió que siguiera la propuesta del compañero. Creo que podría hacerlo, sin embargo, debido a mi experiencia respecto a las posibilidades presupuéstales de mi país, y mi conocimiento de psicología  y de la cultura mexicana, supe que un artículo de esa índole no serviría como él espera. Tal vez para infundir miedo y crear inestabilidad sin sentido, pero ése nunca ha sido mi propósito. Supongo que al enardecer a los mexicanos nos alejaríamos del fin deseado que consiste en ser más activos en la sociedad y participar en proyectos a largo plazo, como la inversión en la educación, la sensibilización hacia los problemas sociales, el pago y correcto uso de los impuestas, etcétera.

Hasta aquí, estoy casi seguro que mucho ya están diciendo: “Qué flojera; este tipo nos viene a sermonear con rollos moralistas”. Pues no, lo único que tengo que repetir es que, tal vez, si no participamos más en la sociedad, y nos volvemos más conscientes, al próximo que decapiten podría ser alguien de nuestra familia.

Ese fue el pastelazo de hoy.

martes, 2 de septiembre de 2008

Ya ves, te lo dije, yo lo sabía.

El otro día un amigo me preguntó si los malos hábitos del carácter o de personalidad se quitaban. No lo pensé mucho, le respondí que no, que en su mayoría se van reforzando. La razón es muy simple: siempre habrá algo que compruebe lo que queremos y nos obstinamos en pensar o creer.

Por ejemplo, el neurótico que gasta la mitad de su día previniendo y organizando su medio ambiente, en un intento de mantener el control, hallará el momento correcto para convencerse de que todo ese tiempo invertido en actividades, aparentemente ridículas para el resto, no han sido un desperdicio.

El amargado que detesta a la gente, encontrará razones y razones para odiarla y comprobar su misantropía.

El obsesivo con la limpieza te relatará una serie de datos que él ha investigado y por los cuales uno debe temer contagiarse o infectarse.

El caótico comprobará, citando situaciones en la vida de otros y de la propia, para demostrar por qué no hay que tomarse en serio las cosas.

El esquizoide (el que no sale de su casa), ni qué decir de él. Hay un mundo afuera que firma y reafirma por qué no debe tener contacto con todo aquello que se encuentra en el exterior.

Solamente el narcisista (que piensa que todo lo merece, que todo gira a su alrededor y que él es lo único y principal), rápidamente se va dando cuenta de su realidad y con los años se vuelve menos egoísta y su egocentrismo se ve reducido. La vida lo maltrata poco a poco y con estas probaditas se le va quitando lo engreído, sobretodo cuando arriba la vejez.

Y otros tantos ejemplos que podría enumerar.

Lo cierto es que si queremos convencernos sobre lo odioso o lo nefasto que es algo o alguien, no nos faltarán excusas. Así de necias pueden ser nuestras convicciones y continuamente están sustentadas en ideas que alguien o algo más impuso en nosotros.

Arrojo una pregunta al lector: ¿qué te molesta de ti o de los demás, que te gustaría cambiar? Tal vez nuestra vida sería completamente diferente si decidiéramos salir de nuestros esquemas e hiciéramos a un lado aquello de lo que estamos convencidos, para atrevernos a ver el mundo con otros ojos… Lo más probable es que esto nunca suceda.

Me disculpo si los aburrí, pero por algún motivo sigo creyendo que es bueno pensar y conversar con todos ustedes.

jueves, 28 de agosto de 2008

Di sí a la pederastía.

iBasta hacer la más mínima mención sobre el tema de la pederastía, para que cualquiera -no importa su estatus social o su nivel intelectual- se apresure a vociferar y a pedir que castren, desollen, violen e incluso maten, a todos aquellos que han hecho daño sexual a un infante. Cualquier opinión contraria, cualquier protesta que no sea partícipe del odio y el linchamiento inmediato, es una garantía de que a uno lo tachen de abusador reprimido, de apologista del crimen, de compinche de la peor escoria que pueda existir y de una serie de improperios que nadie quisiera soportar. Y es que hasta la más callada y serena de las señoras de provincia, el oficinista cuenta chistes de despacho, la doña rica de iglesia, el empresario trabajador, quien sea, responderá pidiendo la peor de las condenas hacia cualquier pederasta.

Y así, una vez más, emitiendo una opinión radical, se da por solucionado un asunto de gravísima importancia, considerando suficiente haber creado odio en la opinión publica y haber tenido reacciones automáticas, practicadas, de cliché, y conformarse con esto para que nadie haga nada el respecto. Asunto similar sucede con los secuestradores: hasta que alguien sufre de cerca un delito de semejante índole, decide hacer a un lado las opiniones y actuar.

Y es que esa rutina de decir que tal problema social nos importa, pero en realidad no es así -hasta que nos incumbe- es algo típico. Los estudiantes de universidades, los profesionistas, los padres de familia, el político de campaña, todos tienen una opinión sobre lo mal que están las cosas, ¿pero hacen acaso lo posible, lo que está a sus manos, para que estas cosas no sucedan? ¿Si tan preocupados están de los niños, qué hacen comprando productos que afectan directamente la economía de países donde éstos mueren de hambre, o productos que son resultado de guerras, o abusos en contra de otras regiones, y todo tipo de conductas que afectan directamente a los niños? ¿Entonces no se trata más que de simular preocupación por los menores cuando se habla de un tema tan deleznable como la pederastía? Algo similar sucede con la campaña que ahora en México organiza la clase alta en contra de la delincuencia. ¿Cuántas de esas personas se esperaron a que los secuestraran, a que les robaran su casa, a que les quitaran todos sus ahorros, para empezar a tomarse el asunto en serio y actuar al respecto?

Emitir una opinión de odio, la acostumbrada sentencia de castren, desollen, violen e incluso maten, a todos aquellos que han hecho daño a un infante, sin hacer nada al respecto, sin exigir a las autoridades y dejar de tolerar su poca efectividad y sin participar activamente en la sociedad en planes de información y prevención, es una manera de decir sí al abuso sexual de infantes.

Di sí a la pederastía, al crimen, a la violencia, a la corrupción, dejando las cosas en el discurso, en los desplantes de odio, en las expresiones de desprecio por los criminales, y no en la acción. Eso es decisión de cada quien, pero valdría la pena considerar que luego de saber esto, y quedarse en la pasividad, será mucha más difícil quejarse.