Ellos comen por el restaurante, nosotros por la comida.
Ellos rezan por perdón, nosotros por reflexión.
Ellos bailan, escriben, actúan para lucirse; nosotros para
expresarnos, para gozar, por lo que creemos.
Ellos hablan de amor; nosotros lo practicamos.
Ellos conquistan a su pareja; nosotros la enamoramos.
Su riqueza radica en su fortuna; nuestra fortuna es nuestra
riqueza.
Ellos llaman familia y patria a la sangre; nuestra familia y
nuestra patria, es por lo que sea, menos por la sangre.
Ellos se quejan; nosotros contamos.
Ellos olvidan; nosotros recordamos.
Ellos pelean; nosotros defendemos.
Ellos saben; nosotros dudamos.
Ellos se preguntan
cómo ser felices; nosotros lo intentamos.
Ellos estudian para alcanzar un fin; para nosotros, estudiar
es el fin mismo.
Ellos educan a sus hijos; nosotros les enseñamos a aprender.
Ellos compran objetos para salvaguardar su dinero; nosotros
porque nos gustan.
Cuando envidian, ellos quisieran ser los portadores del
objeto codiciado; a nosotros nos gustaría que la suerte no fuera de unos
cuantos.
Ellos se buscan un ser amado a su altura; nosotros nunca
podremos estar al nivel del ser amado.
Cuando ellos nos encuentran en la calle, no pueden dejar de
mostrar su desprecio, de hablar a
nuestras espaldas, burlarse porque –creen- no tenemos lo que ellos idolatran;
nosotros les invitamos a tomar un trago,
los escuchamos, nada tendríamos qué decirles sin embargo les decimos lo que
sentimos y, en el peor de los casos, reímos o en silencio sentimos pena por su
odio que los consume como una hoguera consume a una carta vieja.
A ellos, cuando no les gusta algo, atacan; nosotros,
argumentamos.
Ellos dicen: no se puede; nosotros decimos: ¿y si tal vez…?