miércoles, 20 de abril de 2011
Yo sé que no en el fondo te importo
Tomé tu recuerdo y lo trituré en finos fragmentos que habrían volado de haber soltado el mínimo suspiro. No se movieron ni un milímetro. Durante el proceso, no derramé ni una sola gota de sudor o llanto. Lo hice concentrado y con la frialdad de un cirujano, sin caer víctima de melancolías o trampas del arrepentimiento. Después, lo deposité en un frasco color ámbar que etiqueté con tu nombre y que enterré detrás de los ojos de un Buda olvidado. Ahora no quiero saber nada de tus labios, de tus palabras, de tus abrazos; me vienen sobrando tus fotografías, tu nombre, nuestra tiranía y tus recetas. Guarda tu sombra y llévate tus huellas delante tuyo. Déjame tranquilo en mi soledad y respeta la muerte que llevo a rastras. Si pasas por aquí, no hagas el intento de tocarme: un vidrio pardo me rodea y gran parte de mí reposa tranquila detrás de unos párpados milenarios; el resto, un suspiro leve lo esparció a los cuatro vientos, mientras, una torpe y descuidada lágrima tuya, cayó sobre mi recuerdo.
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