viernes, 26 de septiembre de 2008

Que te cuento mi gran desgracia o Sobre qué criticar y cómo


Hasta donde yo sé, la mayoría de los hombres detestamos (no sé qué tanto las mujeres) hacer caras de congoja y emitir respuestas caritativas cuando alguien nos cuenta sobre alguna desgracia que le ocurrió. Es por esto que el psicoanálisis llevado a la vida cotidiana me parece de lo más práctico. Para empezar, en terapia uno no debe reflejar ninguna emoción en el rostro, sin importar lo grave que sea lo que le estén contando; segundo, uno se limita a realizarle preguntas al individuo que lo llevarán a sacar conclusiones mucho más útiles que un simple apapacho o una muestra de empatía. Puede parecer despiadado, pero así uno no refuerza conductas en la otra persona, como: la manipulación por medio del papel de víctima (si la persona aprende que cuando le va mal en la vida consigue amor, buscará –consciente o inconscientemente- que le vaya mal), no alimentará el rol masoquista (que el individuo goce de su dolor) y no paternalizará al sujeto (aprenderá a ser independiente y no recurrir a otros cada vez que algo esté mal, tan siquiera no buscando lástima sino ayuda verdadera).
    También rechazo estancarme en la crítica voraz y sarcástica, donde yo tendría que perder objetividad sólo para buscar errores y fallas en las acciones y conductas de otros que alimenten mis neurosis. Por esto he concluido que aquellos críticos que se creen muy vanguardistas, haciendo burlas todo el tiempo, han perdido certeza y se han convertido en un cliché tan deplorable como aquellos clichés que critican. Les pregunto: ¿sirve más buscar faltas de ortografía, una falta de continuidad, verificar las reglas que conocen y ellos creen que son las que se deben seguir, que mostrarse susceptibles a la pieza? Yo prefiero señalar lo que me transmite una obra y -cuando creo que puedo aportar algo- preguntar si otra opción no podría ser mejor elección, y no convertirme en uno más de esos seres rancios que se refugian en su supuesto saber y constriñe la creatividad, propia y ajena.
    Caray, perdón por portarme tan frío ante sus desgracias y no corregirlos como maestra del siglo pasado, a reglazos, pero así, cuando les dé un gesto de solidaridad o les diga que me conmovieron o no lo lograron, sabrán que será por algo que valga mucho la pena y no nada más para desahogar mis resentimientos.

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La ciencia moderna aun no ha producido un medicamento tranquilizador tan eficaz como lo son unas pocas palabras bondadosas. Sigmund Freud.

2 comentarios:

Aquí su pendejo dijo...

los críticos....
esas azafatas fuera del avión...!
saludos

Anónimo dijo...

de tus cosos que escribes, este es el que mas me llego y me encanta jojo y tu sabes por que......